lunes, 28 de noviembre de 2011
Una ficción paranoica
miércoles, 3 de agosto de 2011
Un cuarto oscuro
Texto publicado en ad libitum, revista electrónica de la FLM
En cada acto de lectura completo late
el deseo de escribir un libro en respuesta
George Steiner
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¿Acaso existe un mayor elogio para un escritor? Lo dudo.K
El fantasma de Salinger

Texto publicado en El Jolgorio Cultural de Oaxaca
¿Acaso entre las líneas de El guardián entre el centeno se encuentra el germen que inspira cualquier asesinato, según Mark David Chapman? ¿Debe tomarse eso como un elogio o una crítica? ¿Es sólo una lectura posible? Todo lo que rodea a J.D. Salinger y su obra son preguntas. Todo lo que pudo decirnos su autor, antes de optar por el silencio, se halla en unas cuantas páginas trabajadas, aseguran, para un público preciso, la clase media ilustrada, lectora ávida de una revista a modo: The New Yorker.
“Ha muerto el escritor fantasma”. Eso debió decir la prensa de un autor del que poco se sabía y quizá poco se debía saber. Siempre será mejor, supongo, su leyenda, el mito de perderse lejos del lamentable espectáculo de la farándula literaria y dejar su literatura en el centro del escenario para que hable sola y se imponga entre los lectores, como ha sucedido.
La obra asesina, la que es necesario ponderar, El guardián entre el centeno, no es una novela de formación, es una novela del miedo, la soledad y la derrota. No es poco. Quizá por ello, como se ha exaltado, una masa de lectores se apropia del texto y de la sistemática repulsión de su personaje por el mundo y su situación contradictoria, un adolescente extraviado en su propia vida, renuente a todo, menos a la literatura. Las pequeñas cosas del mundo le atraen pero desprecia la estructura, el juego que él también ayuda a perpetuar. Porque los personajes de Salinger, siempre excepcionales, se hallan en conflicto eterno con lo inmediato, les desagrada su comodidad y el camino trazado e impuesto por otros. Sin embargo, la mayoría continúa y se instala, confirmando que no hay remedio, la condena es irreversible.
Más preguntas. ¿De allí viene Chapman, acaso el mejor lector de su obra, el que entiende el mensaje cifrado y lo lleva a la práctica?
La aparente sencillez de los textos de Salinger es casi un magisterio. Podemos apreciar su mano detrás de los relatos. Sus personajes están casi vivos, se materializan a través de su propio lenguaje. Porque también a su modo, como Hemingway, fue especialista en el diálogo, lo impone como la manera más efectiva de construir una personalidad en tres dimensiones.
Es repetir lo mismo.
Se aprende a escribir ocultando y ocultándose, se ha dicho. El ejemplo de lo anterior cunde en sus relatos y en su propia vida, un relato más que quizá vanamente pretendía concluir con su muerte. Es difícil que termine aún. Todo lo contrario. El autor que aspiraba a desaparecer y cuyas novelas inspiraban la muerte se ha reunido con los suyos, ha completado el círculo, ha vuelto a la literatura.
Un reposo en la muerte

Texto publicado en El Jolgorio Cultural de Oaxaca
“Entonces, ¿lo único verdadero es el mal?”, se pregunta con verdadera sorpresa el narrador de El Jardín de los Suplicios, novela cruel y oscura de Octave Mirbeau (1848-1917), al final de la primera parte, luego de comprobar con turbada alegría que a Clara, la mujer de la que se enamoró apenas días atrás, no le importa la mentira que ha construido sobre su historia personal, al contrario, la estimula. Ambos viajan en un barco con rumbo a las costas de Ceilán por motivos esencialmente distintos: ella motivada por el placer frívolo; él —bajo la sombra de una identidad falsa— obligado por los escándalos de corrupción en los que se ha inmiscuido en París por el consejo de una dudosa amistad. Con el ánimo de esa revelación, Clara convence a su nueva pareja de huir al oriente, a vivir el goce del sexo a cabalidad y entre la abundancia, lejos de la fama que los rodea.
La novela de Mirbeau comienza en un salón parisino con la discusión de un grupo de intelectuales sobre las ventajas del asesinato, la necesidad del crimen para la construcción de una sociedad moderna e inteligente. Entre los caballeros que discuten con elocuencia los valores de la sangre y el exterminio se halla nuestro narrador, quien para ilustrar el mundo ideal del que hacen alarde relata su historia personal, desde la huida de París a Ceilán, su enamoramiento en alta mar de Clara, una hermosísima dama inglesa, hasta su arribo a China entre los más altos placeres, y la desconcertante experiencia de su incursión —de la mano de su amada— a la cárcel china que alberga "El Jardín de los Suplicios", un lugar donde la destrucción brutal y creativa de los penados, el relato del martirio y los juegos sanguinarios llevan a Clara a los más agudos vuelos del orgasmo; un sublime jardín que en la mente de su narrador parece extenderse, en variadas formas, por el universo entero.
Una implacable toma de postura en su contexto histórico y geográfico, el brumoso tiempo del caso Dreyfus, la novela de Octave Mirbeau, que en ocasiones raya la perfección, no desmerece en nuestros días y en gran medida cobra el peso de un clásico. Relatada con una cadencia casi musical y una minuciosidad sorprendente, sobre todo en lo que se refiere a la tortura y sus efectos, El Jardín…, uno de los textos más celebrados y conocidos del escritor francés, se impone desde su planteamiento como una obra que pretende despertar el regodeo en placeres desconocidos o guardados de manera acuciosa en nuestros jardines más secretos, éxtasis que sólo hallarán reposo en la muerte.
El estilo Banville

Sombra de Pierre Michon

La visita cariñosa de la Patria

martes, 20 de abril de 2010
Noticia de un deceso

miércoles, 17 de marzo de 2010
Pereza en ruinas
miércoles, 24 de febrero de 2010
Imaginario fantasma

viernes, 23 de octubre de 2009
Desazón en Hollywood
viernes, 18 de septiembre de 2009
Vuelve el adiós
sábado, 1 de agosto de 2009
Desde fuera
Recorrer las avenidas de siempre, encontrarse con una tarde luminosa y una hilera de charcos, y la demasiada luz que forma paredes con el polvo, retornan a cualquiera a las páginas impresas. No hay remedio. Se abandona la literatura pero no la nostalgia de ese túnel. Se vuelve de a poco, casi como una enfermedad que renace.
jueves, 10 de julio de 2008
Escribir, dejar de hacerlo
lunes, 30 de junio de 2008
Volverán las ruinas y vendrán del cielo
Una buena manera de abandonar la literatura (cosa que, a pesar de todo, veo difícil mas no imposible), pienso, es hablar de otros asuntos, no lejanos pero sí distintos.
Últimamente subo a la azotea de mi edificio y busco la ruta de los aviones comerciales sobre la ciudad de México (si es que la recurrente niebla lo permite, claro). Aterriza uno cada tres o cuatro minutos. Sólo basta mirar un poco para ver, se dice. Cuando estoy en casa, en ocasiones, imagino los aviones cada cuatro minutos volando encima de nuestras cabezas. Algo parecido a mirar en un estante un libro cerrado y ya leído y pensar, si es una novela, en las acciones que en ella se cuentan. Ciertas correspondencias, similitud de formas que no son complicadas de descubrir si se mira, si se toma un segundo.
Pero los aviones, quizá desde un suceso por todos conocido, me hacen soñar en bombardeos, en catástrofes cercanas a una singular, a una soberbia obra de arte. En otro momento vi un pesado avión militar sobre la ciudad y es una imagen que conservo. La posibilidad de que hubiera un bombardeo en México, como en Beirut, como en Palestina, se me figuró casi palpable.
Lo digo de nuevo, siempre lo he dicho: crecimos con una fascinación enferma por la violencia. Una violencia que norma nuestras vidas y asoma en cualquier instante, una estética del Apocalípsis que nos gobierna. Lo curioso es que no siempre es para mal. La violencia puede atraer la depresión pero, también, promover la creatividad. Destruir con inteligencia, con ingenio. Otra forma de incidir en el mundo.
Sin embargo, me apasiona más imaginar, recrear en un relato, la hipotética destrucción de la ciudad de México.
Indudablemente la ciudad será destruida, no importa cómo. Seguro no estaremos para verlo, no es nuestra la suerte.
Si al final no abandono la literatura, emprenderé la escritura de una novela apocalíptica que se cocine en las entrañas de la colonia Juárez o en los ruinosos edificios de la Candelaria de los Patos.
Será un acto catártico.