jueves, 10 de julio de 2008

Escribir, dejar de hacerlo

Como decía meses atrás aquí mismo: difícil escribir todos los días, tratar de escribir una página decente cada mañana. Admirable quien escribe diario como si fuese el desayuno. Todo es un proceso mental. Al menos así lo creo. Para otros, supongo, ese proceso en el que maduran las palabras y las frases es continuo. Para mí es fragmentado, la maduración es lenta. Claro, si me impongo un ritmo de escritura es seguro que lo cumpla. El resultado, empero, sera una auténtica trama de barbaridades. Necesitaría escapar del mundo para hacerlo. Porque el mundo me distrae de la escritura (afortunadamente). Necesitaría de una habitación cerrada, del mundo detenido, callado, lejos de la cabeza. Pero sin el mundo moviéndose difícil también la escritura, imposible un milagro secreto de factura borgesiana. La escritura requiere del tiempo que corre, de los segundos que se utilizan para escribir esta palabra. Ergo, escribir y dejar de hacerlo resultan una actitud semejante, un círculo vicioso en el que, una vez adentro, hay que perder toda esperanza.

lunes, 30 de junio de 2008

Volverán las ruinas y vendrán del cielo


Una buena manera de abandonar la literatura (cosa que, a pesar de todo, veo difícil mas no imposible), pienso, es hablar de otros asuntos, no lejanos pero sí distintos.
Veremos.
Últimamente subo a la azotea de mi edificio y busco la ruta de los aviones comerciales sobre la ciudad de México (si es que la recurrente niebla lo permite, claro). Aterriza uno cada tres o cuatro minutos. Sólo basta mirar un poco para ver, se dice. Cuando estoy en casa, en ocasiones, imagino los aviones cada cuatro minutos volando encima de nuestras cabezas. Algo parecido a mirar en un estante un libro cerrado y ya leído y pensar, si es una novela, en las acciones que en ella se cuentan. Ciertas correspondencias, similitud de formas que no son complicadas de descubrir si se mira, si se toma un segundo.
Pero los aviones, quizá desde un suceso por todos conocido, me hacen soñar en bombardeos, en catástrofes cercanas a una singular, a una soberbia obra de arte. En otro momento vi un pesado avión militar sobre la ciudad y es una imagen que conservo. La posibilidad de que hubiera un bombardeo en México, como en Beirut, como en Palestina, se me figuró casi palpable.
Lo digo de nuevo, siempre lo he dicho: crecimos con una fascinación enferma por la violencia. Una violencia que norma nuestras vidas y asoma en cualquier instante, una estética del Apocalípsis que nos gobierna. Lo curioso es que no siempre es para mal. La violencia puede atraer la depresión pero, también, promover la creatividad. Destruir con inteligencia, con ingenio. Otra forma de incidir en el mundo.
Sin embargo, me apasiona más imaginar, recrear en un relato, la hipotética destrucción de la ciudad de México.
Indudablemente la ciudad será destruida, no importa cómo. Seguro no estaremos para verlo, no es nuestra la suerte.
Si al final no abandono la literatura, emprenderé la escritura de una novela apocalíptica que se cocine en las entrañas de la colonia Juárez o en los ruinosos edificios de la Candelaria de los Patos.
Será un acto catártico.

miércoles, 2 de enero de 2008

Si tienes un blog, atiéndelo




Confirmo con cierto entusiasmo mal avenido y un dejo de melancolía que alguien aún se asoma a este ruinoso blog. Lo desconcertante es que no se lea atendiendo las palabras. Tampoco está mal eso de realizar lecturas bizarras. Hace apenas un par de días alguien me comenta aquí mismo "si tienes un blog, atiéndelo". Si desde agosto no escribía en él, quizá -pensaría yo si fuera el visitante- el autor se despidió por fin y para siempre de la literatura, meta que esta página persigue desde el título. Bueno, vuelvo para reír. Es un placer escribir sin muchas pretensiones.
Bueno, por hoy atendí mi blog.
Vengan los aplausos.