miércoles, 3 de agosto de 2011

El fantasma de Salinger


Texto publicado en El Jolgorio Cultural de Oaxaca

¿Acaso entre las líneas de El guardián entre el centeno se encuentra el germen que inspira cualquier asesinato, según Mark David Chapman? ¿Debe tomarse eso como un elogio o una crítica? ¿Es sólo una lectura posible? Todo lo que rodea a J.D. Salinger y su obra son preguntas. Todo lo que pudo decirnos su autor, antes de optar por el silencio, se halla en unas cuantas páginas trabajadas, aseguran, para un público preciso, la clase media ilustrada, lectora ávida de una revista a modo: The New Yorker.


“Ha muerto el escritor fantasma”. Eso debió decir la prensa de un autor del que poco se sabía y quizá poco se debía saber. Siempre será mejor, supongo, su leyenda, el mito de perderse lejos del lamentable espectáculo de la farándula literaria y dejar su literatura en el centro del escenario para que hable sola y se imponga entre los lectores, como ha sucedido.


La obra asesina, la que es necesario ponderar, El guardián entre el centeno, no es una novela de formación, es una novela del miedo, la soledad y la derrota. No es poco. Quizá por ello, como se ha exaltado, una masa de lectores se apropia del texto y de la sistemática repulsión de su personaje por el mundo y su situación contradictoria, un adolescente extraviado en su propia vida, renuente a todo, menos a la literatura. Las pequeñas cosas del mundo le atraen pero desprecia la estructura, el juego que él también ayuda a perpetuar. Porque los personajes de Salinger, siempre excepcionales, se hallan en conflicto eterno con lo inmediato, les desagrada su comodidad y el camino trazado e impuesto por otros. Sin embargo, la mayoría continúa y se instala, confirmando que no hay remedio, la condena es irreversible.


Más preguntas. ¿De allí viene Chapman, acaso el mejor lector de su obra, el que entiende el mensaje cifrado y lo lleva a la práctica?


La aparente sencillez de los textos de Salinger es casi un magisterio. Podemos apreciar su mano detrás de los relatos. Sus personajes están casi vivos, se materializan a través de su propio lenguaje. Porque también a su modo, como Hemingway, fue especialista en el diálogo, lo impone como la manera más efectiva de construir una personalidad en tres dimensiones.


Es repetir lo mismo.


Se aprende a escribir ocultando y ocultándose, se ha dicho. El ejemplo de lo anterior cunde en sus relatos y en su propia vida, un relato más que quizá vanamente pretendía concluir con su muerte. Es difícil que termine aún. Todo lo contrario. El autor que aspiraba a desaparecer y cuyas novelas inspiraban la muerte se ha reunido con los suyos, ha completado el círculo, ha vuelto a la literatura.

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